La convivencia es un aprendizaje clave para las y los estudiantes, porque permite su desarrollo académico e integral, permitiendo que vivan en comunidad. El futuro de la sociedad depende de que hoy niños, niñas y adolescentes aprendan a convivir en respeto con sus pares.
Por ello, el Ministerio de Educación recopiló experiencias de establecimientos públicos que tienen un buen indicador de convivencia en los Indicadores de Desarrollo Personal y Social (IDPS) del Simce, para que sirvan de apoyo a otras comunidades que estén buscando ideas para mejorar su bienestar.
Profesores jefe y protocolos
En el Colegio República de Italia, de Iquique, una de las primeras medidas que aplicaron para mejorar la convivencia fue reforzar el rol de los profesores jefe. Paula Sandoval, encargada de convivencia del establecimiento, dice que son ellos quienes conocen mejor a los estudiantes que tiene a su cargo, por lo que a través de ellos “podemos detectar tempranamente los problemas de los niños, las necesidades que presentan los cursos y así hacer las intervenciones”.
También han actualizado los protocolos, para ajustarlos a las necesidades de su comunidad. “Nos vemos enfrentados a nuevas formas de convivir entre los estudiantes, especialmente aquellos que vienen llegando al sistema educativo, que les ha costado la adaptación. Por ejemplo, hasta el año pasado no teníamos un protocolo de agresiones de párvulos a adultos, y este año ya lo estamos incorporando porque lo hemos ido visualizando”, explica.
También les ha servido desplegar a los asistentes de la educación durante los recreos, para apoyen en el resguardo de los “puntos ciegos”, donde podría haber peleas o accidentes.
¿Qué consejo les daría a las comunidades que quieran mejorar su bienestar? “Que el trabajo que se hace a diario, que no necesita recursos económicos para hacerlo, es el que más perciben nuestros estudiantes y sus apoderados. Les aconsejaría tener un plan de convivencia escolar desde el contexto y las necesidades de la comunidad”, dice la encargada.
Mediadores y buen clima laboral
La directora de la Escuela Claudio Arrau, de Calama, Verónica Suero, cuenta que han abordado la convivencia desde todos los ángulos y de forma inclusiva, para beneficiar a estudiantes migrantes y con necesidades educativas especiales. “La inclusión es un desafío más de la convivencia diaria”, dice.
Una estrategia relevante ha sido la de tener mediadores dentro de los cursos, que son “estudiantes que se preparan para actuar ante conflictos al interior de las salas de clases. También se fortaleció al comité de convivencia escolar, que está integrado por funcionarios, para tener una mirada más global de los problemas”.
Pero también les ha servido contar con talleres de bienestar laboral: “El profesor tiene una carga emocional mayor, sobre todo en establecimientos de alta vulnerabilidad, entones es necesario que tengan talleres que contribuyan a que tengan autocuidado en su salud mental, pero también estrategias y herramientas específicas para trabajar ciertos tipos de conflicto”, explica.
Esto sirve, por ejemplo, para que los docentes puedan atender a estudiantes del espectro autista, y para que también trabajen de forma colaborativa con otros profesionales que intervienen en el aula. Además, el establecimiento cuenta con “una sala específica donde al profesor se le permite tener una contención emocional”.
Uso de datos y roles bien definidos
En Coquimbo, la Escuela Lucila Godoy Alcayaga, del SLEP Puerto Cordillera, todas las estrategias de convivencia se diseñan a partir del uso de datos.
El encargado de convivencia del establecimiento, Rafael Alvarado, dice que esta información “nos permite tomar decisiones pertinentes y adecuadas para nuestro contexto. El Diagnóstico Integral de Aprendizajes (DIA) es un dato, los resultados del Simce son datos, y también lo son las encuestas internas que hace el área de convivencia escolar y la dupla psicosocial, y las encuestas de satisfacción y autovaloración que hacemos. Y a partir de eso generamos los planes y acciones pertinentes para abordar las situaciones emergentes de convivencia”. También analizan las anotaciones de los estudiantes, positivas y negativas, porque les permiten identificar patrones en convivencia.
A partir de ello, pueden focalizar el trabajo y, por ejemplo, preparar talleres sobre bullying para determinados cursos y estudiantes. “Siempre agotamos las instancias formativas antes de llegar a lo punitivo. Hacemos trabajo pedagógico, citaciones de apoderados, visitas domiciliarias, trabajamos con redes de apoyo pertinentes para nuestras necesidades, como el programa Habilidades para la Vida”, detalla.
Otra estrategia que aplican es la definición clara de roles en el establecimiento: “En el equipo de convivencia hay una dupla psicosocial, una orientadora, un inspector general y cada uno sabe lo que tiene que hacer, ninguno pasa a llevar a otro”, explica Alvarado.
Trabajo en comunidad y promoción de la convivencia
Para mejorar la convivencia es importante que todos en el establecimiento sepan qué se está haciendo, y para ello es clave el trabajo en comunidad. Esa es la premisa que aplican en la Escuela Irma Salas, de Concón, donde los equipos analizan periódicamente el avance de sus estudiantes.
La encargada de convivencia, Belén Tapia, explica que “mensualmente nos reunimos con los profesores y con todo el equipo de aula, que es el profesor jefe, la educadora diferencial, un profesor de asignatura y, en caso del primer ciclo, las asistentes de aula, para hablar sobre diferentes estudiantes y aspectos generales del curso”.
Además, trabajan con la pirámide del Modelo Escuela Total y promueven la convivencia con afiches digitales e intervenciones con apoderados, indicando cuáles son las actividades que realizan habitualmente, sobre temas como hábitos de vida saludable, climas de convivencia, la mejora de la autoestima y talleres de educación física.
Espacio protegido y rincón de la calma
Cuando recién empezaba la pandemia, la Escuela Luis Arrieta Cañas, de Peñalolén, incorporó la convivencia como eje central de su trabajo. “Fijamos en el horario, como parte del currículum, un espacio protegido de desarrollo socioemocional”, cuenta la directora Ingrid González. Y en ese bloque, que ocupaba la primera hora de clases a distancia, de lunes a viernes, la dupla psicosocial y el orientador apoyaban socioemocionalmente a las familias.
Ese bloque protegido se ha mantenido. “Ahora hacemos actividades para que los profesores desarrollen temas con los niños en la primera hora, temas de resolución pacífica de conflictos, ciberbullying, grooming, entre otros. Y con el bibliotecario y el profesor de lenguaje también trabajamos la comprensión de lectura con temas atingentes a la buena convivencia y los desarrollamos en la primera hora en este espacio protegido”, comenta la directora.
Además, en la oficina de convivencia instalaron un rincón de la calma, “entonces cuando los niños están muy inquietos, los profesores los envían al equipo de convivencia, los atienden los psicólogos y los dejan un ratito relajándose en ese espacio”.
Esto les ha traído buenos resultados, dice la directora. “Siempre la convivencia se veía como un objetivo transversal, pero no muchos lo tomaban, no se monitoreaba y no se evaluaba. Ahora lo hemos monitoreado, hemos podido hacer seguimiento de las prácticas, e instalamos una buena convivencia”, señala.
La directora cuenta que también realizan cada dos meses reuniones de apoderados exclusivamente para hablar de ellos, para “enseñarles a mantener la calma, el poner límites, a cómo hacer tareas. Además, les invitamos dos veces al año a la sala de clases a que vean cómo aprenden sus hijos y cómo tienen que usar las metodologías. Es como una escuela para padres”.
Planes de formación y salidas educativas
Raúl Pérez es encargado de convivencia del Liceo Técnico Municipal Juan Hoppe Gantz, de Olivar, y cuenta que para mejorar la convivencia de su comunidad cuentan con planes de formación, y cada uno tiene a una persona responsable de su ejecución.
“Hay coordinadores de cada plan de formación, que tienen asignados horarios por carga horaria. Entonces tenemos coordinadores de hábitos de vida saludable, de formación ciudadana, de convivencia escolar, de autoestima académica, del centro de estudiantes, del centro de padres, del plan integral de seguridad… y en base a eso planificamos las acciones del año”, cuenta el encargado.
Además, han ocupado las salidas educativas como estrategia de motivación de los estudiantes para que logren una buena convivencia, las que realizan en dos momentos de su trayectoria: en II medio y en IV medio.
Contención emocional y trabajo curricular
En el Liceo Bicentenario San Nicolás, de la comuna homónima, una de las principales iniciativas que les ha permitido mejorar su convivencia es contar con una sala de contención emocional, que trabaja con psicólogos, asistentes sociales y con el programa Habilidades para la Vida de Junaeb. El director del establecimiento, Víctor Reyes, explica que la sala “fue diseñada junto al centro de estudiantes, ellos opinaron y estuvieron de acuerdo en que esta era la mejor ruta para atender sus problemas”.
El director cuenta que los estudiantes que son recibidos en esta sala luego pueden ser categorizados en tres grupos, para recibir atención: “Si los niños son vulnerados en sus derechos, si tienen algún tema en su casa o hay adultos que atenten contra ellos, son derivados a convivencia escolar, donde hay dos psicólogas especialistas en este tema”, señala.
Si los estudiantes acuden por depresión o problemas emocionales, “son derivados a Asuntos Estudiantiles, donde también hay psicólogos preparados en ese ámbito y, dependiendo del diagnóstico, hablan con los apoderados, porque los apoderados tienen que entender qué es lo que le está pasando al estudiante y cómo ser parte de la solución”.
Por último, si los estudiantes son enviados a esta sala por problemas de disciplina o temas rutinarios, “son atendidos por un profesional, que es un profesor y que tiene que ver más con el reglamento escolar y lo que involucra el tema disciplinario dentro del colegio”, explica el director.
Otra iniciativa que les ha dado resultado es incorporar los temas de convivencia en la asignatura de Ciencias para la Ciudadanía, que es parte del currículum. Para ello, los docentes que imparten el ramo involucran valores como el respeto, la empatía y la escucha del otro, y “ganamos un tiempo doble, porque atendemos el programa, pero también lo vinculamos con temas de convivencia”.
¿Qué consejo les daría a los establecimientos que necesitan mejorar su convivencia? El director dice que “el problema de las comunidades que todavía no dan en el clavo en esto es que no conversan con los estudiantes. Yo creo que la sabiduría y el conocimiento para poder decidir en esto proviene de la buena comunicación con los estudiantes, porque son ellos quienes están sufriendo el tema de la convivencia. Mi consejo es muy simple: conversar con los estudiantes y ponerse de acuerdo con ellos en cómo se puede ver este tema en ese contexto escolar”.
Acompañamiento y tutorías entre pares
La directora del Liceo Bicentenario España, de Concepción, Victoria Uribe, cuenta que la principal estrategia para mantener el bienestar en su comunidad es el acompañamiento a sus estudiantes.
“Eso significa que, al comenzar la jornada, el equipo directivo, los profesores, el equipo de convivencia y los asistentes reciben a las estudiantes y las van acompañando en cada momento en los pasillos, durante las horas en que ellas no están en clases. Lo mismo durante el almuerzo, por ejemplo, las acompañamos al menos una vez a la semana, para almorzar con ellas, verlas, escucharlas y saber qué es lo que quieren”, dice.
De esta forma mantienen una mayor conexión con ellas. “La convivencia educativa nos guía en todo momento como una prioridad. Nos damos el tiempo para conversar, atenderlas cuando tienen alguna pena, o las vemos muy solitarias o sentimos que están demasiado enojadas por algo, nos acercamos y ofrecemos espacios para la calma, la atención, para escuchar más que para decir”, añade.
En esa misma línea, tienen una iniciativa que mejora la inserción de las estudiantes nuevas que llegan al establecimiento, que es un sistema de tutorías entre pares: “Existen estudiantes que son capacitadas permanentemente y que tienen la disposición de apoyar a sus compañeras que no se sienten tan adaptadas, de manera que si necesitan saber cómo es el proceso, por ejemplo, de pedir un libro, allí está la tutora, la amiga, la compañera cercana. Son espacios entre estudiantes”, explica la directora.
¿Qué consejo les daría a otras comunidades educativas? “Les diría que muchas veces el conversar abre espacios. El escuchar, generar confianzas, entender cuando las cosas no están bien, estar con los estudiantes, lograr que los otros y otras se unan, reforzar la convivencia educativa, fortalecer la comunicación asertiva, salir al pasillo, salir de la oficina, ir al patio, sentarse con los estudiantes, porque así uno va sabiendo muchas cosas y va tomando medidas desde la observación directa”, recomienda Uribe.
Lineamientos ministeriales y trabajo con fundaciones
El director de la Escuela Voipir de Ñancul, en Villarrica, Ángel Retamal, plantea que una primera medida para mejorar el bienestar es implementar los lineamientos del Mineduc en materia de convivencia, “como base, para entender las necesidades de nuestros estudiantes, respetando el contexto local de acá”.
Como parte de ello, trabajan con el programa Habilidades para la Vida, que les permite “establecer lazos de trabajo experto y trabaja con estudiantes focalizados, aplican diagnósticos con instrumentos que son estandarizados desde el extranjero, y se analizan factores de riesgo”.
Además, establecieron redes con instituciones externas que les aportasen en convivencia. “La que lleva más tiempo con nosotros es la Fundación Botín, de España, con la que trabajamos en educación responsable, que es establecer, a través del trabajo transversal, la convivencia escolar”, dice.
El director explica que el año pasado realizaron una actividad que fue muy efectiva, que se llamaba el coro de las emociones, “donde los chicos, a través de la música y las letras, expresan sus emociones. Nosotros hemos replicado el trabajo de las emociones por medio de la música, de las artes y de la lectura. No es leer por leer ni cantar por cantar, sino que cantar conforme a dar respuesta a las emociones”. También están trabajando con la fundación Familias Primero, para fortalecer la relación justamente con las familias en los niveles parvularios NT1 y NT2.
Y otra iniciativa que les ha traído frutos es el “ticket del buen vivir”, que consiste en la entrega de tickets a estudiantes que tienen buenas actitudes, por su buen comportamiento y “por destacarse en algunos valores, como la solidaridad, el respeto, el apoyo mutuo, el trabajo colaborativo”. Los estudiantes ganan esos tickets, que tienen diferentes puntajes, y los canjean en una tienda escolar por artículos deportivos o comida saludable.
Comunicación y hacer partícipes a los estudiantes
“Acá no descubrimos la rueda, lo que hacemos es lo que ya se sabe: hacer efectivas las estrategias que ya se conocen. Y hay un tema que es el de la comunicación, el diálogo constante con toda la gente que interviene en este ámbito”.
Fernando González, director de la Escuela Efraín Campana Silva, de Osorno, explica de esta forma cómo han logrado mejorar su convivencia escolar, lo que resume en buena comunicación con la comunidad y hacer partícipes a los estudiantes de lo que ocurre en el establecimiento.
“Con los padres hacemos mucho trabajo, reuniones ampliadas con padres y con la directiva, donde lo primero es tener una buena comunicación, y les planteamos a que nosotros tenemos que ser sus socios y debemos ponernos de acuerdo (…). En la medida en que nos pongamos de acuerdo, saldremos adelante y se lograrán los objetivos que tenemos para sus hijos e hijas”, explica el director.
Como parte de esa buena comunicación, el establecimiento les envía a las familias un listado con los correos electrónicos de todos los funcionarios, para que se comuniquen con ellos y puedan solicitarles reuniones formales.
“Esa comunicación también es para los estudiantes. Al centro de estudiantes le preguntamos constantemente su parecer en algunas situaciones y los hacemos partícipes en algunas decisiones. Por ejemplo, detectamos que a los jóvenes no les gustaba el uniforme escolar, entonces les dijimos ‘modifiquémoslo y hagamos uno que a ustedes les guste’”, explica.
Entonces trabajaron con los estudiantes en un nuevo uniforme, que luego ellos aprobaron y que terminó en un polar institucional que ahora todos usan. “Con eso mejoramos la presentación personal, porque saben que el uniforme lo hicieron ellos. Si hay un destrozo en los baños, hacemos un plenario con los estudiantes y se les da a conocer la situación, se les pide que nos ayuden, se les concientiza de que este es su espacio. Es una comunicación constante y hacer partícipes a los estudiantes”, plantea González.